A REVOLUCIÓN DAS BIBLIOTECAS
Tres proyectos internacionales revolucionan la gestión de estos centros
culturales
Lendo na Biblioteca 10 de Helsinki
En la Biblioteca 10 de Helsinki se puede leer en una hamaca, hacer
negocios, coser a máquina, bailar, digitalizar formatos decadentes como casetes
y cintas de VHS, tocar la guitarra o echar una siesta. Se puede casi cualquier
cosa que jamás habría pensado hacer en una biblioteca. Se puede porque su
director, Kari Lämsä, pensó que en el nuevo mundo hay poco espacio para las
viejas bibliotecas y mucho para las aventureras: “Tenemos que redefinir el
papel que desempeñamos. Tenemos que ayudar a la gente, ser amigables, a veces
somos demasiado formales y oficiales. Tenemos que decidir junto a los usuarios
que materiales adquirimos y que necesitan. Yo no veo la biblioteca como una
sala de estar sino como una cocina, donde cada uno trae ingredientes y cada día
sale un menú distinto”. Ellos han dicho definitivamente adiós al almacén de
libros.
Lämsä conoce el negocio tradicional: empezó colocando libros en los
estantes. Pero lo que ha centrado la atención sobre él es que ha atisbado el
futuro. “Teníamos que cambiar la idea de la biblioteca como un espacio pasivo.
En lugar de diseñar un espacio para acceder a contenidos, hemos creado un
espacio para crear contenidos”, explica poco antes de exponer el modelo de la
Biblioteca 10 a medio centenar de bibliotecarios iberoamericanos, que han
participado en READIMAGINE, el seminario organizado por Casa del Lector en
Matadero, en Madrid, con el respaldo de la Fundación Bill y Melinda Gates, para
abordar proyectos de innovación digital relacionados con la lectura y los
libros.
El éxito de Lämsä puede medirse: reciben 2.000 usuarios al día en una
ciudad con 600.000 habitantes y 36 bibliotecas. La mitad de sus usuarios tienen
entre 25 y 35 años. El sueño de cualquier bibliotecario, que observa cómo los
grandes lectores que son los niños huyen al crecer. “Es una preocupación de
casi todas las bibliotecas, que ven cómo los niños dejan de ir a ellas cuando
llegan a la adolescencia”, apunta Luis González, director general adjunto de la
Fundación Germán Sánchez Ruipérez.
Lämsa, sin embargo, ha logrado atraer a esa franja refractaria a un espacio
asociado al silencio. Lo que ha demostrado el director es que sólo rechazan el
modelo tradicional. “El 75% de los usuarios vienen para otras cosas distintas
al préstamo de materiales. Hemos logrado atraer a nuevos perfiles como trabajadores
autónomos, artistas o artesanos”.
En esta década de vida han obtenido
varios reconocimientos. El definitivo ha sido el espaldarazo del Gobierno de Finlandia, que abrirá en 2018
la nueva Biblioteca Nacional siguiendo su modelo,
tras una inversión de cien millones de euros. Kari Lämsä es uno de los 20
bibliotecarios emergentes elegidos por la Fundación Bill y Melinda Gates dentro
de su programa de líderes globales. En esa lista exquisita de visionarios que
ya han llevado la teoría a la práctica, figuran también la alemana Anja Flicker
y Jill Bourne, considerada una de las 100 mujeres más influyentes de Silicon
Valley.
Bourne dirige desde 2013 la biblioteca pública de San José, la décima
ciudad de Estados Unidos, donde se ubica la famosa tecnópolis. En menos de dos
años ha logrado convencer a los políticos para que aumenten los fondos
municipales para la institución y a las compañías para que aporten —gratis— su
conocimiento. “Las tecnológicas reinvierten en innovación y desarrollo, no se
dedican a regalar dinero, pero nosotros tenemos una reputación y una confianza
del público que nos da valor añadido”.
Después de que ingenieros de eBay desarrollasen gratis una aplicación para
la biblioteca, nuevas corporaciones como Microsoft, PayPal o Google están
negociando algún tipo de colaboración. “El reconocimiento de la biblioteca
pública es un reconocimiento del valor del conocimiento. Hay que hacer ver a
los políticos que son esenciales”, defiende Bourne, que logró que en junio de
2014 se aprobase un impuesto finalista, sufragado por propietarios
inmobiliarios, para financiar la biblioteca de San José.
La revolución de Anja Flicker, al frente de la biblioteca pública de Wuerzburg
(Alemania) desde 2010, fue de otra índole. Logró que sus 40 empleados, en los
que abundaba un perfil de veteranos desinteresados hacia la cultura digital,
afrontasen una inmersión paulatina que ha resultado ejemplar. “No podíamos
dejar a nadie atrás. Ha sido un proceso duro y lento, pero no tiene marcha
atrás. Como bibliotecarios hemos de ser capaces de formar a nuestros usuarios
en tecnologías y antes había que preparar al equipo”, contó Flicker, que
recurre a un verso de Hilde Domin, una poeta huida del nazismo, para resumir su
filosofía: “Puse el pie en el aire, y él me sostenía”.
Países desiguales
Finlandia. Un país de lectores. Tiene unos 5,5 millones de habitantes y una
biblioteca pública, al menos, en cada uno de sus 836 municipios. En Helsinki, la
capital, residen 600.000 personas, que tienen a su disposición 36 bibliotecas.
Estados Unidos. Hay una red de más de 9.000 bibliotecas públicas —suben
hasta 119.000 si se agregan escolares, académicas, militares y gubernamentales—
para atender un gigante de 319 millones de habitantes. En California, donde
está ubicada San José (un millón de habitantes), se contabilizan 181
bibliotecas públicas.
Alemania. Con 82 millones de habitantes (en Wuerzburg, localidad bávara,
viven 130.000 habitantes), el país tiene 7.875 bibliotecas públicas.
España. Existen 4.771 bibliotecas públicas (53 estatales, 70 autonómicas y
las restantes, municipales) para una población de 46 millones de habitantes.
Comentarios
Publicar un comentario